Cuando ardía todo pudo contar
con una sola mano las veces que explotó. Llevaba consigo de recuerdo aquellas
que la marcaron y las pensó en voz alta: muerte, experiencia y conexión. Para poder hablar, pasó por muchas decisiones,
tomándolas en un dos por tres en solo cuatro días, y “solo” porque
si no fuese hoy, eso hubiese tomado una eternidad. La semana siguiente, ya se encontraba viajando
junto a sus miedos, esos que se avivan como un animal de cinco sentidos y cuatro
vidas por cobrar. No se lo pidió una, ni dos veces, cuando de repente ese animal obtuvo una victoria
en la vencida. Ella andaba, sin dejarse ver, era única en todos los tiempos, lo fue en el pasado, lo estaba siendo hoy, pero dudaba
del mañana. Embarcó junto al animal sin rumbo, sin remos para avanzar, dejando fluir los meses de noviembre hasta mayo. Ambos coincidieron en continuar
así. Sin prisa, en el agua turquesa, ella introducía los dedos del pie hasta el tobillo, en calma. Si de pecados capitales se tratase, tenía entendido que en esa inmensidad de vida, ella se convertiría en uno
más.
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